Tengo que confesar que antes de ver la película, tenía unas grandes expectativas con respecto a la misma. No ya por los muchos galardones internacionales, ni por las diez nominaciones a los Oscar, sino sencillamente, por haber crecido admirando a una serie de iconos populares relacionados con las artes marciales, tales como Bruce Lee, Wang Yu, y en menor medida, Jackie Chan. Otro elemento que me seducía sobremanera era la adaptación de un narrador tan brillante como Lee a ese género, a caballo entre la mística, la fantasía y el retrato social. Pues bien, mis expectativas no sólo fueron cumplidas, sino también superadas, cuando el director me envolvió en un mundo de honor y espadachines, de entrega y deseo, de poesía y de dulzura.

Con una factura realmente delicada, Lee eleva las peleas a auténticas coreografías, adquiriendo el auténtico significado de “arte” -al fin y al cabo, hablamos de artes marciales, tantas veces corrompidas por los occidentales-. Aunque ya existía toda una serie de películas que intentaban tomar esta óptica, sólo que con bastante menos presupuesto -sobre todo “Historia china de Fantasmas” de Ching Siu Tung-, ahora el director de “Sentido y sensibilidad” ha demostrado ambas cosas a la hora de ponerse al frente del proyecto: basándose en los legendarios relatos de la antigua china, crea dos núcleos pasionales intensos sobre los que desarrolla un argumento novelesco con todos los elementos convencionales de los cuentos, desde el héroe, la heroína, la bruja o el artefacto mágico que encierra dentro de sí todo el poder. Lo auténticamente interesante del film, es el eclecticismo demostrado por Lee a la hora de conformar el producto final, utilizando infografía, técnicas de cables, una escenografía realmente rica, e incluso al maestro de artes marciales que entrenó a Keanu Reeves en “Matrix”, un archiconocido en los filmes de Hong Kong.

Si ya sabíamos que las mujeres eran un punto de inflexión en la filmografía de este director, ahora éstas tomas mayor protagonismo, siendo los ejes de toda la historia, donde los hombres solamente revolotean -nunca mejor dicho- en torno a esos pilares femeninos, que se devanan entre la pasión y el intelecto, entre la entrega y el recato, entre la bondad y la maldad... entre los sentimientos o la ambición. Quizás Lee se tome demasiadas licencias a la hora de mostrar los “poderes” de los luchadores, porque una cosa es que salten prodigiosamente, y otra es que directamente vuelen como “Supermán”, pero al fin y al cabo... “Tigre y Dragón” no es más que un maravilloso cuento chino.