Se supone que vivimos en el primer mundo. Y se supone que cuando uno llega a una cierta aceptación social y laboral, ha encontrado el bienestar que deben proporcionar los años de evolución. Entonces ¿por qué precisamente en ese mundo tan educado, pulcro y económicamente favorecido es donde surgen los psicópatas? Esta cruda reflexión ya era trazada por John McNaughton hace años en “Henry, retrato de un asesino”, basada en la vida real del maniaco Henry Lee Lucas, uno de los más sanguinarios y tristemente famosos de la historia de la humanidad. En cambio Jaime Rosales, debutante con este film, ha sabido conjugar muy certeramente humildad y agudeza en un film que tratando de lo mismo, no intenta apabullar al espectador ni con trucos visuales, realzando innecesariamente una factura cinematográfica, y ni con efectismos sanguinolentos, cumpliendo la máxima conocida por cualquier psiquiatra: cuanto más “normal” es la apariencia en un enfermo, más tremenda es su verdadera patología. Por ello nuestro protagonista es un hombre sencillo, que tiene negocio propio de ropa en el extrarradio de Barcelona, y que vive con su madre, además de tener su novia de toda la vida, con la que no termina de establecer una relación más “seria”.
El enfoque hiper realista del film sin duda alguna beneficia la historia, que es lanzada casi con desdén, sin tomar partido alguno, de forma árida, que es precisamente como causan mayor impacto los mensajes lanzados. Existe un gran componente de imparcialidad del realizador, que intenta sencillamente –como tiene que ser- dar pistas para conocer un poquito mejor a un hombre a la deriva, sin que él mismo sepa de su verdadera naturaleza y a la que hace caso sencillamente por genética o/y por aburrimiento. Esta escalofriante reflexión –ya tocada a nivel literario por Bret Easton Ellis en su “American Psycho” o por la estremecedoramente truculenta biografía del terrible Andrei Chikatilo en “La caza del diablo”- llega a límites verdaderamente turbadores en la película, donde parece que no pasa nada, pero en realidad estamos asistiendo al mismo espectáculo que veríamos si una gota está llenando un vaso y ahora el agua está rebosando irremediablemente por todos los sitios sin que tengamos capacidad de pararlo. El film ha obtenido una justa mención de la prensa internacional en el festival de Cannes, y su director, de curtida experiencia en cortometrajes y televisión, se ha destapado como un magnífico director de actores, sacando todo el partido a un Alex Brendemühl –“Un banco en el parque”- y a todo el elenco interpretativo, con un excelente nivel actoral de princpio a fin. Todo un descubrimiento, sobre todo porque la modestia de Rosales –que ha simplificado los clásicos errores de pretenciosidad y artificio propios de un principiante- nos ha hecho ver su gran talento como creador.