Hay diálogos y frases que a uno se le quedan cuando va a ver una película. Aún recuerdo a Gary Oldman diciéndole al oido Winona Ryder en el “Drácula” de Coppola, “he cruzado océanos de tiempo para amarte…”. Por muy escéptico que uno sea, no tiene por menos que estremecerse con estas poéticas afirmaciones que, en boca de los protagonistas, surgen de vez en cuando no sólo en melodramas, sino en cualquier género (¿Acaso alguien ha podido olvidar la reflexión del replicante Pris en “Blade Runner” justo antes de morir?).
Basado en una novela de A. S. Byatt, el inquietante y original Neil LaBute realiza una película atípica dentro del clásico melodrama, ya que utilizando elementos sobrenaturales, plantea una doble relación muy sugerente: la de un escritor y una escritora en la época victoriana, y la de sus dos biógrafos en la actualidad, que progresivamente van a ir sintiendo la misma pasión de sus objetos de investigación en el pasado. Dicho juego de sentimientos cruzados funciona mucho mejor en el pasado –con una considerable carga poética, que paradójicamente no resulta pedante ni cursi- que en el presente –la relación entre Gwyneth Palthrow y Aaron Eckhart resulta un poco “light”, claro que también es el signo de los tiempos…-. Los paralelismos son bien resueltos por LaBute, que con un acertado ritmo en el montaje, consigue añadir algún elemento de tensión e incluso suspense en la estructura dramática del film.
Así pues, la ácida y escéptica visión del realizador realiza la reflexión del amor inmortal, del amor eterno, ese que, supuestamente, prevalece a través de los tiempos pase lo que pase. Al igual que la enfermera simplona de “Persiguiendo a Betty”, el director se apasiona con una historia en la que inteligentemente, no toma partido, sino que se sitúa como espectador más o menos imparcial, dejando que los hechos sucedan y que tomen los caprichosos derroteros de un impredecible destino.
Es con mucho, la cinta más elaborada de este realizador, que logra un producto final bastante redondo y cuyo único inconveniente es la comprensible confusión a la hora de realizar el márketing de la distribución, confundiendo en algunos casos al espectador, que cree ir a ver una película de terror, cuando en realidad, lo que va a ver es algo tan interesante y apasionante: un amor impertérrito, que es capaz de saltar de época en época, turbando los corazones de todos los que se acercan a él y conformando un personaje propio y tan singular e importante como los propios sujetos que lo sienten.