Muchos nos echamos a temblar cuando nos enteramos de la llegada de los superhéroes más carismáticos de la Marvel del papel a la gran pantalla. Mayor aún fue nuestra desconfianza cuando supimos que el director elegido -habiendo rechazado la oferta James Cameron- Bryan Singer, aunque era un gran realizador -ahí están “Sospechosos habituales” y “Verano de corrupción”-, no tenía ni la más remota idea de lo que era un cómic, ni había leído a los “X-men” -en España se llamó “La patrulla X”- en toda su vida. Para colmo de males, la 20th Century Fox, productora del film junto al creador del cómic, Stan Lee, recortó el presupuesto y adelantó el estreno varios meses, forzando a todo el equipo a trabajar contrarreloj. Bueno, pues todas las negras expectativas se han volatilizado ante una película bien realizada, no ya como film, siendo entretenido, funcional, bien escrito y espectacular -como se requiere-, sino como probablemente, el modelo perfecto en cómo se debe adaptar al cine todo un universo de cómic, tomando de él lo necesario y rechazando lo inservible para el celuloide.





Porque, precisamente, lo que en un principio era un handicap -la no-vinculación del director con el mundo del cómic- se ha convertido en un elemento positivo, al no apasionarse con los personajes y con toda la historia previa, que desde 1963, está martilleando las mentes de millones de lectores en todo el mundo. Ni siquiera la espectacularidad requerida para el proyecto consigue empañar un guión muy bien escrito -con la participación no acreditada de excelentes narradores de historias y creadores de universos fílmicos como Christopher McQuarrie, Ed Solomon, Joss Whedon y Andrew Kevin Walker-, supeditando los efectos especiales -que son apabullantes- a lo que debe ser la génesis de un film: los personajes y su relación con el argumento.





Aunque se podrían haber realizado miles de aproximaciones argumentales a los superhéroes mutantes, la elegida ha sido la más inteligente posible: basándose en un cómic-book llamado “Dios Ama, el Hombre mata”, el guión se centra en la segregación racial que sufren los mutantes dentro de la sociedad humana. Un racismo que está a punto de ser institucionalizado políticamente por un político conservador, en los Estados Unidos. En ese entorno opresivo, hay dos grupos de mutantes: mientras que unos abogan por una integración pacífica en la sociedad humana -Charles Xavier y su escuela de jóvenes mutantes-, los otros pretenden subyugar al género humano, conquistando la tierra. La lucha, pues, entre ambos bandos de súper poderosos, es tan espectacular como se promete.





Si a todo ello sumamos unos actores lo suficientemente convincentes, tanto para encarnar a los personajes del papel, como para dotar de alma a sus diferentes caracteres -memorables son Patrick Stewart como el profesor X, McKellen como “Magneto” y Jackman como “Lobezno”- la película queda cimentada sólidamente en los pilares de una gran historia, que balancea eficazmente la acción más trepidante y la bien entendida descripción emocional de unos personajes que giran en torno a una trama muy lograda, salpicada de cómplices y divertidos guiños al cómic.