Ver una película firmada por este autor es sinónimo de una garantía inherente demostrada con una impecable trayectoria como escritor y guionista. A pesar de las concesiones comerciales comprensibles para alguien que está integrado en la industria norteamericana –como la mediocre adaptación cinematográfica de “Hannibal”-, su trabajo es de una frescura e imaginación pocas veces vista en la historia del cine, superando con creces a autores en ciernes que terminan prostituyéndose a Hollywood.
Sus películas no son de una espectacularidad sobrecogedora, ni tienen efectos especiales apabullantes… o mejor dicho, tiene el repertorio mayor de efectos especiales jamás ideados en la industria del cine: la imaginación. Imaginación para crear una situación de gran tensión en todos los ámbitos, imaginación para buscar posibles soluciones, y aún más imaginación para añadir una solución completamente inesperada a la historia. De esta forma, Mamet es un maestro en dar “vueltas de tuercas” a sus propias historias, retorciéndolas a cada secuencia y sorprendiéndonos sin parar en cada minuto proyección. La prodigiosa estructura dramática del guión se complementa con unos diálogos dignos de figurar en lo más florido de la historia del cine, como sucede con todas sus películas: la historia de Joe Moore, un veterano ladrón que tiene una bien formada banda, sirve a Mamet para mostrar nuevamente ese particular universo de tramposos, tahúres y estafadores, donde nada es lo que parece y donde la lealtad y la traición son dos cartas que muchas veces se juegan en el momento más inesperado. Ver las evoluciones de la historia en los papeles de actores tan sólidos como Gene Hackman, Delroy Lindo o el mismísimo Dany DeVito –en uno de sus indudablemente mejores personajes- es una auténtica delicia, como si asistiéramos a una partida de cartas donde tenemos que adivinar quién tiene un farol y quién dice la verdad, orquestado todo por un experto croupier que reparte las manos justo en el momento adecuado para hacer ganar o perder a quien le interesa.
Aunque es cierto que en este caso, Mamet llega a rizar el rizo en demasía –cosa que no hacía en sus anteriores películas de “timos”, como la memorable e injustamente olvidada “La trama”, todo un título a revisar, o la ya mítica “Casa de Juegos”- provocando un cierto cansancio en su narración, que no termina nunca de acabar. Los elementos cómicos también están presentes en la historia, salpicando un mundo tan sórdido como el de los robos y los timos, recordando en cierto modo a la satírica visión que este director tenía en su anterior largometraje, “State and Main”. De todas formas, todo un ejercicio de guión, tan estimulante para la imaginación como reconfortante para un público acostumbrado a cine norteamericano comercial descerebrado.