Nicholson es como las lentejas: o las tomas, o las dejas. Si eres capaz de aguantar su galería de muecas, gestos, tics y su enorme egocentrismo, amas cada vez que su carismático rostro aparece por la pantalla. Y lo cierto es que, como todas las grandes estrellas, tiene un magnetismo especial. Ha sido uno de los pocos actores del “star-system” que ha sabido reciclarse convenientemente acorde con su edad y su físico, importándole bien poco enseñar su calva o sus michelines en una determinada interpretación. Ahora “el gran Jack” es un verdadero mito, aupado por sus amigos y detractores, y se permite el lujo, no sólo de elegir sus papeles –como en el caso de “El Juramento”, acompañando a su amiguete Sean Penn-, sino que reescriben un papel acorde con su propia personalidad, como sucedió en “Mejor imposible”. En esta ocasión, uno de los realizadores más caústicos de los últimos tiempo de Hollywood, Alexander Payne –que dinamitó salvajemente el mundo de la enseñanza media con “Election”, una injustamente infravalorada película- ha intentado realizar una parábola sobre la vida y la muerte, en el ejemplo de un recién jubilado asesor de seguros que súbitamente, ve cambiar su vida cuando se encuentra sin ocupación, sin esposa y con una hija a punto de casarse con el yerno que menos le complace.
Lo que debería haber sido un disparo certero contra toda la sociedad occidental, replanteando los papeles que cada uno debe casi obligatoriamente representar acorde con su edad, se convierte en un verdadero recital de Nicholson, que sobreactúa a placer, unas veces de modo exacto y otras veces casi convirtiéndose en un payaso, pasándose de vueltas. Cierto es que el film logra emocionar en muchos momentos, y que Payne articula perfectamente las notas de comedia negra dentro de la historia, pero siempre se ve sobrepasado por el carisma de “El gran Jack”, que impregna cada fotograma del film con su presencia quizás demasiado magnética para una película donde la única e incontestable estrella tiene que ser él. Es inevitable recordar “Mejor Imposible”, donde James Brooks establecía el intercambio perfecto entre director y actor, ya que también todo se articulaba en torno a Nicholson, pero de una manera mucho más equitativa.
Uno de los elementos que merece la pena en la película es la excelente banda sonora, y la realización de Payne, que en varios momentos tiene una efectividad verdaderamente demoledora dentro de una historia que sobrecoge por lo cercana al espectador, una historia que probablemente, muchos mortales vivan a lo largo de sus vidas. Un film apreciable, con momentos muy íntimos y profundos, pero que indefectiblemente se ve lastrado por el hipnótico registro de un Nicholson en el límite, pero siempre muy, muy personal.