Se han vertido muchos ríos de tinta sobre la conveniencia o no de adaptar novelas al medio cinematográficos. Maestros del cine como Hitchcock o Kubrick –ninguno de los dos jamás escribió un solo guión original- demostraron que la entelequia es posible, pero en la mayoría de los casos, no son pocas las frustraciones cuando vemos que ese universo mágico de imaginación que el autor literario plantea en nuestras mentes, se viene abajo por una interpetación audiovisual que, generalmente, no coincide con nuestra idea preconcebida de la novela. Jean Jacques Annaud, realizador francés de gran prestigio, dijo una vez que la única forma de ser fiel a un libro, es traicionándolo, realizando una de las mejores traslaciones cinematográfico-literarias jamás ideadas en el mundo del cine, porque “El nombre de la Rosa”, una densa, prolífica y soberbia novela de Umberto Eco fue transformada en un electrizante “thriller” ambientado en un monasterio del siglo XIV.
Quizás uno de los problemas de Miguel Hermoso a la hora de abordar este proyecto, es la falta de experiencia en adaptar cinematográficamente una novela, que además plantea una temática tan apasionante, tan cercana, que muchos casi sentimos nuestra la biografía del “protagonista”: en plena Guerra Civil española, un cabrero granadino salva de morir a un fusilado, al que todavía le queda un hálito de vida. Pasados los años, viudo y prejubilado, el antaño cabrero vuelve a Granada y se decide a buscar al hombre que salvó de la muerte, y que ha permanecido sin memoria, descubriendo que aquel que salvó, no es otro que el poeta Federico García Lorca.
Lamentablemente, la realización no es todo lo correcta que cabría esperar, con ejercicios de estilo totalmente innecesarios y a veces demasiado abruptos para este film. Por otra parte, el guión –soberbio en su concepción inicial- desdibuja los personajes principales, haciéndolos completamente unidimensionales, previsibles, llenos de tics, enrraizados con una pésima director de actores que desaprovecha miserablemente el talento del trio Manfredi-Landa-Manver. Si a todo ello unimos un notoriamente inadecuado ritmo en buena parte del guión, queda un film del que sólo tenemos que sentir lástima. Lástima por haber desaprovechado un guión tan interesante, lástima por desaprovechar a tres soberbios actores, lástima por malgastar el talento del genial Ennio Morricone –quizás lo único realmente bueno, junto con la imaginativa historia original, sea una banda sonora de un empaque y dimensión impropia para la película-. Una verdadera lástima.