Ha sido una película esperada por los espectadores por dos razones fundamentales: por un lado, era la siguiente cinta del genial Spielberg, que tras “Inteligencia Artificial, I.A.” no estaba en su mejor momento. Y por el otro, y no menos importante, la vuelta del famosísimo protagonista de “Titanic” al circuito de Hollywood. Ninguno de los espectadores que hayan esperado cualquiera de estas dos opciones saldrá decepcionado de este film, que conjuga con gran habilidad la comedia, el “thriller”, la acción e incluso el drama. La historia real del mayor estafador en la historia contemporánea de Norteamérica, Frank Abagnale Jr., es tan apasionante como para hacer una novela y una película de esta vida llena de altibajos: con menos de 17 años, Frank Abagnale consiguió hacerse pasar por piloto, médico, ayudante del fiscal, y estafar casi cuatro millones de dólares, siendo perseguido por un incansable agente del FBI que se tomó el reto como algo personal.


El viaje que Spielberg hace hasta los años sesenta es tan apasionante como la vida que cuenta, que aunque resplandece en la opulencia de los hoteles caros, los trajes a medidas, y los deportivos ingleses –concretamente un “Aston Martin DB5”, exacto al que sacaba James Bond en “Goldfinger”- sencillamente no es más que el espejismo de un habilidoso adolescente capaz de timar al más pintado. La disquisición entre los dos personajes, el “policía” y el “ladrón”, llega a tener casi la misma estructura que los dibujos animados del correcaminos y el coyote, lleno de anécdotas divertidas, sorprendentes recursos argumentales –que curiosamente, fueron reales-, pero con una carga interior bastante mordaz e irónica al “sistema” per se: o se está dentro, o se está fuera, con todas las consecuencias. Esa reflexión, escindida en dos personajes, uno con una vida literalmente “de película”, pero estafando y delinquiendo sin parar, y el otro con una vida gris de funcionario amargado cuya única alegría es conseguir el premio gordo de cazar al estafador, está narrada con una agilidad y maestría tal que el tiempo casi no pasa en todo el metraje. Incluso querríamos que en varias secuencias la acción no sucediera más deprisa –seguro que esto hace que la edición en DVD sea vendida como rosquillas-.


El soberbio trabajo en el diseño de producción dota al film de una factura impresionante, subrayada por los excelentes trabajos de los habituales de Don Steven, Kaminski en la cámara y el maestro John Williams a la partitura, haciendo homenajes sin parar a Hermann y otros compositores de la época. En cuanto a la pareja protagonista, decir que DiCaprio está brillante, carismático, exento de esa pelusilla adolescente que hasta ahora le había acompañado –a pesar de su cara de niño “bueno”- y Hanks, siempre correcto, firme como una piedra, componiendo al clásico chupatintas que en el fondo, desea ser como el soñador que persigue. Una película entretenida, divertida, y con un precioso mensaje interior, que bebe de toda la tradición de Hitchcock y el cine clásico, donde el bueno y el malo sólo son las dos caras de la misma moneda.