Uno de los incuestionables motivos por los que Robert Rodriguez fue fichado por la Columbia, fue la increíble capacidad para realizar una película como “El Mariachi” con 7.000 dólares: ejerciendo como conejillo de indias en experimentos farmacológicos, realquilando cámaras de segunda mano, y rodando con personajes reales y en decorados reales de las formas más rocambolescas –incluyendo carros de supermercado para travellings, etc.- Rodriguez consiguió deslumbrar al mundo con su estimulante imaginación y habilidad para suplir con el guión todas las carencias de producción. Ahora se supone que no tiene problemas económicos, pero aún así, ha querido demostrar a Hollywood de lo que es capaz, filmando con video digital, realizando él mismo casi todas las tareas –dirección, guión, fotografía, montaje, dirección artística, efectos especiales e incluso, banda sonora-. Y seguro que los grandes estudios han sido más que benevolentes, aduciendo aquello de “por este dinero, ¿qué más podemos pedir?”. Pero la gran pena es que el ahorro no sólo ha venido por los medios empleados en hacer el film, sino en la idea de la concepción del mismo, ya que Rodriguez ha intentado apostar por lo fácil, por lo que comercialmente va a funcionar, pase lo que pase, sin contar con una más que ideada –aunque quizás fallida- campaña de merchandising donde se incluyan no sólo los atuendos y “gagdets” de los niños-espías, sino todas las criaturas –mecánicas o genéticas- que poblan esta aventura orientada indefectiblemente a un público familiar con pocas exigencias y que acude al centro comercial de turno con todos los niños para deglutir palomitas, refrescos y chocolatinas mientras que ven una película para todos los públicos.
Al empezar la película, hay una inteligente broma sobre el consumismo y los parques temáticos, pero todo es un anécdota para mostrar una ración doble y desnatada de unos chavales que ya integrados en la organización de sus padres, tienen que salvar al mundo de las mayores amenazas, además de competir con otros niños espías, y conseguir que la unidad de su familia no se resquebraje cuando sus abuelos maternos –antiguos espías también- aparecen, o cuando un científico amenaza al mundo entero con sus criaturas mutantes.
El guión llega a parecer decicidamente confuso, a base de intentar meter todos los ingredientes para que la comercialidad funcione, y aunque esté bien dirigida –Rodriguez es un excelente e imaginativo realizador- el montaje y el guión se resienten notablemente, llegando a ser una película algo lenta y, mal que nos pese decirlo, aburrida. El tono “amateur” que indudablemente tiene la película no tiene nada que ver con el de la primera parte, que dentro de su modestia, lograba ser una gran producción. Desgraciadamente, a base de intentar ahorrar, también se ha ahorrado en la imaginación, creando un juguete de colores y aspecto muy llamativo, pero que a la hora de divertir, es mucho más pobretón y estéril.