El revuelo informativo que ha supuesto el estreno de la película número veinte de James Bond quizás ha eclipsado en todo el mundo un film que podría marcar el futuro del cine de acción. Ya las novelas de Ludlum me dejaron encantado con un nuevo tipo de personaje que, además de ser un letal espía al servicio del gobierno, tenía un gran componente humano, tan normal como cualquiera de nosotros. La amnesia que embargaba a Jason Bourne en la primera de las novelas de esta saga servía de punto de arranque para toda una serie de aventuras protagonizadas por este personaje que harían palidecer de envidia al mismísimo 007. Una de las grandes diferencias es que aquí todo es mucho más realista, sin menoscabo alguno de la mayor espectacularidad visual. Con un realizador curtido en comedias adolescentes y un actor mucho más inteligente de lo que podría hacer suponer su aspecto de “chico bueno” sacado del equipo universitario de “Football” americano, el film es un verdadero tratado de cómo ha de ser una película de acción con un cierto mensaje y una historia de amor preciosamente sugerida a lo largo de toda la proyección.
La acción comienza cuando un chico despierta en brazos de un pescador sin recordar nada de su vida, y con dos balazos en su espaldad. A partir de ahora una frenética carrera contrarreloj le llevará por media Europa –Zurich, Paris, etc.- para salvarse de una organización secreta que quiere matarlo, y para encontrar su propia identidad, descubriendo cada poco tiempo una serie de aptitudes reflejas tales como entrenamiento en artes marciales, manejo de armas y explosivos o conducción deportiva. Durante todo este tiempo, el protagonista conocerá fortuitamente a una chica que le ayudara y asistirá perpleja al “nacimiento” emocional de una persona, porque como le dice Jason Bourne a la chica: “no me conozco ni a mi mismo. Eres la única persona que conozco”.
Ya sabía de las aptitudes atléticas de Matt Damon a raíz de observar su fornida musculatura en anteriores filmes, pero lo que me ha sorprendido muy gratamente es su capacidad de dotar con cierta trascendencia las secuencias de acción más cardiacas, sin tener nada que envidiar a cualquiera de las franquicias de cine de acción que actualmente tenemos en el panorama cinematográfico internacional –véase “Misión Imposible”, “XXX” o la saga 007, entre otras-. Toda una grata sorpresa, sobre todo por ser un film realizado en parte en Europa, demostrando que se puede hacer perfectamente una pelicula comercial de acción sin recurrir a muchas manidas fórmulas, y que además, puede tener un cierto mensaje interior. Si a todo ello le sumamos la vuelta a la gran pantalla de la preciosa y expresiva Franka Potente –que ya nos deslumbró en “Corre, Lola, corre”, tenemos una cinta francamente interesante, con un montaje y recursos estilísticos muy bien conseguidos, y que no se hace nunca tediosa. A James Bond le ha salido un primo espía norteamericano bastante respondón que le puede dar muchos quebraderos de cabeza, sobre todo en la taquilla. Y esto es solo el principio –o al menos, lo parece-.