La saga de 007 ha tenido siempre sus muchos detractores, que a la postre, terminaban viendo la película de turno y disfrutando con la vida de anuncio que el protagonista tenía, rodeado de lujo, riesgo y chicas que quitaban el hipo. Este es el film número veinte, que además coincide con el cuarenta aniversario de la llegada de James Bond a las pantallas cinematográficas, y su último film, “Muere otro día”, es como una enorme fiesta de aniversario, donde la productora propietaria de la franquicia, ha echado toda la carne en el asador, superándose a sí misma y creando casi la arquitectura perfecta del cine de acción refinado en el universo del espionaje.
El film ha sido dirigido con una considerable pericia por el neozelandés Lee Tamahori, que tambíen dirigió la excelente “Guerreros de Antaño” y es uno de los creadores de la exitosa serie televisiva “Los sopranos”. Heredando todos los elementos clásicos de la saga, ha sabido incluir un montaje mucho más acertadametne acelerado en las secuencias de acción, así como algunos efectos digitales que rompen con el a veces mediocre clasicismo de otras películas de la saga que han sido dirigidas por otros realizadores menos creativos. En definitiva, las nuevas piezas del “puzzle” encajan a la perfección, configurando una nueva, moderna y casi perfecta estructura del cine de acción.
El aficionado al mundo del famoso agente secreto británico disfrutará de lo lindo con la enorme cantidad de homenajes que durante la proyección se realizan a todas y cada una de las películas de Bond, desde “007 contra el Dr. No” hasta la anterior “El mundo nunca es suficiente”. Son referencias muy bien encajadas dentro de la historia, que hacen sonreir al seguidor –como el que está escribiendo esta crítica- como al que no lo es, tal es su brillante forma de encajar dentro del guión, al que por otra parte, no le falta un peregil: sorprendentemente, James Bond es capturado por el ejército norcoreano al principio del film, siendo posteriormente torturado de forma brutal, hasta que un espía norteamericano bastante palurdo le rescata y Bond decide tomarse su venganza, entrando así en una trama que termina con un militar norcoreano rebelde y asesino, un sospechoso magnate y su bella ayudante, y como guinda del pastel –nunca mejor dicho- otra espía llamada Jinx, que tiene el cuerpo y la cara de Halle Berry, para crisis cardiacas del espectador cada vez que hace sus espectacularísimas apariciones.
Brosnan está sencillamente perfecto encajado en el personaje, y en su tercera participación como el agente secreto más famoso del mundo, respeta las claves de Connery –quizás el mejor de todos- pero añade las suyas propias, como la capacidad de rebeldía –que no de insurrección- a sus superiores. Coches espectaculares –con la vuelta al mítico Aston Martin, esta vez quizás de los más espectaculares-, todos los aparatitos de “Q” –desde un reloj multiusos a un anillo sónico capaz de romper cristales blindados con una simple caricia- seducciones impertérritas, elegantes duelos, acción a raudales, bromas con sus superiores, y toda una galería de momentos que contienen el socarrón humor del espía más famoso del mundo son algunos de los elementos de este film, que quizás tenga un metraje excesivo, pero que logra entretener en todo momento. Si alguien dudaba de la buena salud de 007 a sus cuarenta años cinematográficos, que lo tenga claro y que se calme, porque James, si es que alguna vez muere, será otro día.