Cuando existe tantísima diferencia de calidad entre la segunda y la primera película de un realizador, uno se encuentra en la diatriba de pensar cuál ha sido la que realmente ha mostrado el talento del director en ciernes. Tal es el caso de Balagueró, que tras haber orquestado con mucho juicio y acierto “Los sin nombre”, ahora nos vende una patochada digna del cortometrajista más infame de la escuela más infame del super ocho amateur. Incluso parece cumplirse la máxima de que con más medios, menos imaginación: un rodaje pleno de producción, con la siempre estimulante presencia de Lena Olin y de la joven Anna Paquin. Un sugerente planteamiento –una familia hispano-estadounidense que vuelve a nuestro país para asentarse en una casa antigua… que al parecer esconde un terrible y sobrenatural secreto, que parece evidenciarse en la “darkness” (en realidad, “oscuridad” en castellano, inexplicablemente titulada así…)-, y una factura impecable. Entonces ¿qué es lo que no funciona? Pues no funciona el guión, que sencillamente, no existe, empeñado en situar al espectador en un universo que ni siquiera los autores conocen. No funcionan los trucos estilísticos de dirección –que tan bien le salen a Balagueró, con multitud de “flashes”, cámara a alta velocidad, etc.- porque no sirven a la historia –de hecho, casi “son” la historia misma, así que imagínense la pobreza del guión-, ni a los personajes, que por cierto cambian de actitud de plano en plano.
Con todo esto, uno puede pensar: A) que “Los sin nombre” fue dirigida por otro, y que ahora es cuando a Balagueró se le ha visto el plumero, o B) que en su segunda película este director ha tenido presiones varias –además de las inherentes a cualquier artista a la hora de superarse- para hacer el producto que le han pedido los productores, que con tantos medios han asfixiado la creatividad del autor. Resulta verdaderamente penoso ver todos los referentes de su anterior película reflejados pálidamente en una sucesión incoherente de secuencias mal articuladas y deslabazadas en un desarrollo que, además, resulta tedioso, aburrido y terriblemente lento hasta su desenlace.
Si pensábamos que la “Fantastic Factory” iba a levantar el vuelo tras las infamias de “Dagon”, “Arachnid” o “Fausto, la venganza está en la sangre”, nos hemos equivocado. Pero yo me pregunto si no será el productor el que ha impuesto su “criterio” al director para realizar unos filmes acorde con la filosofía de esta iniciativa: serie “B”, sangre, suspense barato –del que el espectador no tiene que pensar demasiado-, y actores de moda, para crear un film vendible tanto dentro como fuera de nuestras fronteras –y de eso sabemos mucho en España, no hay más que recordar los batiburrillos de imitaciones del “western” italiano que se hicieron en Almería, con nombres americanizados para venderse en el extranjero como “americanos”. Una pena, un desperdicio de recursos e ideas para una película muy bonita, eso sí, que no asusta y no sobresalta, por lo predecible, que es el gran y quizás único pecado que una película de terror que se precie jamás debe cometer.