La verdad es que uno esperaba algo más tras ver “Memento”, una de las películas más originales que ha arrojado el cine norteamericano independiente. Por eso, que Christopher Nolan se deje encorsetar por un gran estudio, un gran presupuesto, un plantel estelar y una estructura empresarial para realizar su siguiente film, es incluso hasta desesperante, sobre todo, porque no ha funcionado. En vez de partir de un argumento original -como se le suponía, por su primera película como director- ahora Nolan –no sabemos bien si por imposición de los estudios, o por voluntad propia…- realiza una nueva versión de una cinta noruega del mismo nombre, realizada en el 97, que cuenta aproximadamente lo mismo, pero que tiene toda la frescura de lo original, con muchísimos menos medios, pero grandes dosis de imaginación y resolución narrativa: dos policías llegan a una localidad donde no se oculta el sol en busca de un asesino de adolescentes, y en plena búsqueda, uno de los detectives mata a su compañero, ocultando las pruebas; pero el asesino ha sido testigo involuntario de la acción, así que entre ambos se establecerá una relación simbiótica para ocultar sus respectivas culpas.
La obsesiva personalidad de los dos personajes protagonistas no está lo suficientemente explícita, haciendo que en muchos casos, estemos ante verdaderos casos de esquizofrenia, sobre todo en el caso de Robin Williams, en los extremos no justificados de un registro demasiado sobreactuado, sin contar con las “caritas” de sueño que pone Al Pacino a lo largo de buena parte del metraje, que llegan a parecer algo ridículas: todo el duelo dialéctico que hemos visto en otras películas “de psicópatas” ahora carece de fuerza, de sentido, sin sacar en ningún momento el partido que se les supone a ambos intérpretes –sobre todo Williams, que ya venía de hacer de desequilibrado en “Retratos de una obsesión”-. Además de ello, el mayor recurso estilístico y narrativo que tenía Nolan en el film –las “alucinaciones” del policía ante el insomnio de un lugar en el que siempre es de día…- es miserablemente desaprovechado en aras de un cadencioso ritmo que enlentece notablemente el desarrollo de una historia que es muy interesante en su planteamiento, pero que paulatinamente va perdiendo interés. Si encima sumamos una banda sonora completamente inadecuada, que aún ralentiza más la acción, tenemos un producto con destellos de brillantez –que sin lugar a dudas posee este particular director- pero que deja bastantes lagunas a la hora de componer una película “de asesinos y policías”. La originalidad, esa que se le suponía al film, ha brillado por su ausencia, llegando a provocar en el espectador, en varias secuencias, casi tanto sueño como el que padece Pacino a lo largo del film.