Sin lugar a dudas, Fernando León de Aranoa es uno de los mejores realizadores que tenemos en este momento, no solo en el panorama español, sino también en el internacional. Ya desde “Familia”, notábamos su gran talento a la hora de dirigir actores y crear personajes ricos en matices y registros, por no hablar de la ironía con que satirizaba todos los estamentos de una sociedad decadente, que cada vez ve más cerca el propio fin de la llamada “utopía de la felicidad social”. Si en “Barrio” esa presunta “felicidad” podía existir en la inmadurez de sus protagonistas, en “Los lunes al sol”, ya directamente, es una broma de mal gusto hacia unos personajes que han perdido su situación laboral, y que progresivamente y casi sin remedio, están perdiendo todos los asideros, todos los “mangos” –aquí iría a la perfección el extranjerismo criollo que asimila esta palabra con el dinero- para poder sobrevivir de una manera digna. Y contra todo pronóstico, y a pesar de la justificadísima mala leche, todavía existe una pequeña llamita para la ilusión, para el humor, para el poder reir en medio de tanta tragedia.
Los protagonistas del film son un grupo de operarios de unos astilleros en el norte de España, que se quedan en el paro cuando la fábrica decide cerrar por falta de rentabilidad. La irónica mirada que los compañeros de barra de bar tienen sobre los acontecimientos de su vida es tan gris y cruel como un informativo de televisión, y tan extraña que parece que no les suceda a ellos, pero así es. La brillantísima habilidad que León de Aranoa muestra en toda la película consiste en jugar con los sentimientos, de la misma forma que cada uno de los personajes realiza con su propio drama particular: uno, orgulloso y chuleta, que se ve obligado a hacer de “canguro”; otro, abandonado por su mujer y viviendo en una pocilga; el otro luchando por conseguir un crédito para pagar sus deudas, siendo su mujer la que pone las garantías, que es la que trabaja… toda una letanía que se ve endulzada por una serie de situaciones cotidianas insufladas de humor y campechano compañerismo –tales como la cervecita del mediodía, la primitiva de los jueves, o las partidas de dominó- , que son como la única fuente en la que estos robinsones del desierto social pueden refrescarse mínimamente.
La austeridad formal del film entronca directamente con el perfil de los personajes, hoscos a base de recibir el portazo en las narices tras ser expulsados de su trabajo. Impresionante trabajo de todo el reparto artístico, donde obviamente, destacan Javier Bardem y Luis Tosar. Una película madura, certera y sin embargo, con una reflexión de que “no está todo perdido, a pesar de todo”. Definitivamente, Fernando León ha superado con creces todo el llamado “realismo social británico”, esgrimiendo un film más maduro que cualquiera de Ken Loach e incluso igual de divertido de otros referentes como “Full Monty” o “Soplando al viento”. Una película soberbia, tan llena de ternura como de la justa crítica social donde el individuo es el peor parado. Y lo mejor, es que nadie se rasga las vestiduras con febriles discursos políticos caducos. Una verdadera maravilla, simple, llana y directa.