Hace cinco años, una película desvergonzada, imaginativa y con un punto de sátira hacia el oscurantismo en los “asuntos de estado” del gobierno norteamericano sobre temas “incómodos” –nada más incómodo que un extraterrestre, y si no que le pregunten a Spielberg…- surgía con ritmo de rap machacón, actores de moda y un diseño de producción novedoso. Los “Men in black” –hombres de negro, en cristiano- se encargaban de salvar al mundo de la escoria intergaláctica que, como en La Guerra de los Mundos, volvían sus codiciosos ojos hacia nuestro planeta. Unas gotas de un vitriólico sentido del humor, y unos efectos visuales de infarto completaban una película de clara vocación comercial, pero que además ofrecía un valor añadido a las descerebradas cintas que habitualmente la factoría de Hollywood suele ir lanzando para recaudar millones de dólares. Desgraciadamente, la máxima de “nunca segundas partes fueron buenas” se cumple de sobra en su continuación, que adolece precisamente de lo que le sobraba a la primera parte: imaginación. Seguramente la sustitución del guionista Ed Solomon por unos auténticos aficionados ha sido una de las grandes causas del fracaso en esta película verdaderamente aburrida, y que únicamente sale del sopor por unos efectos de sonido atronadores en las secuencias de acción, que para más escarnio, también son aburridas a pesar de los gritos de Will Smith y la infografía más salvaje.
¿Cómo ha podido ser que el gran Midas del cine, creador precisamente de una de las películas definitivas sobre extraterrestres, el gran Steven Spielberg, haya producido este mediocre producto que parece ir directamente orientado al público más jóven y menos exigente? No hay ni siquiera un punto de inflexión en todo el film para mantener un mínimo de interés ni atención. El nulo guión es una mala copia del de la primera parte –con un malvadísimo ser de otro planeta camuflado en una forma humana que desea destruir el mundo-, con el componente añadido de hacer que los extraterrestres que “ayudan” a los Hombres de Negro hagan sus gracias pertinentes –sobre todo el perrito y los gusanos con bracitos y piernas-, que además no tienen.
Resulta penoso que un film que dure tan poco tiempo –no llega a los noventa minutos, la duración estándar- pueda ser tan aburrido y tan previsible. También es increíble que un director como Sonnenfeld, orientado a la comercialidad, pero con talento, haya realizado tamaña bazofia, al igual que Robert Gordon, que escribió “Héroes fuera de órbita”, haya articulado un argumento tan flojo. Pero lo peor de todo, lo que resulta inconcebible, es que Spielberg sea el productor. Esperemos que no se haya dormido en los laureles, y que siga implicándose en todos los proyectos que de él dependen, porque si no, mal vamos.