¿Serían vds. capaces de vacilarle a un psicópata por muy desesperados que estuvieran? Pues ese es ni más ni menos el planteamiento de un film rompedor, que por su formato y su voluntarismo encantó en la pasada edición del festival de cine español de Málaga. Dirigida con acierto, el film tiene como evidentes referentes el “Seven” de David Fincher y todo el batiburrillo de películas con maniaco incluido, destacando igualmente “El silencio de los corderos” como obligado origen de todos los filmes en los que un psicópata y una persona presuntamente “normal” tienen un intercambio de conocimiento en la fascinación recíproca.
El modernismo de una sociedad contemporánea, abúlica sentimentalmente hablando, es otro elemento que se deja entrever de manera sutil en todo el film, logrando una ambientación tan fría como la mirada del protagonista, un profesor de primaria que, como está tan aburrido con su presunta perfecta vida, se dedica en sus ratos libres a matar a la gente para sentir algo, sencillamente; igual de aburrida está la otra protagonista, una violinista que acaba de salir de una crisis sentimental que casi la lleva al suicidio y se encuentra con la fascinante y gélida mirada de un psicópata que no solo se admite a sí mismo, sino que además tiene en su actividad su único método de disfrute.
El director, curtido en numerosos rodajes como ayudante, así como en el mundillo del teatro y la publicidad, realiza un ejercicio de estilo considerable, aunque debido a su inexperiencia falla el tiro en el momento crítico que toda película de este género y características tiene: cuando “víctima” y “verdugo” se encuentran finalmente tras jugar al gato y al ratón. De todas las formas, poniendo en una balanza los elementos positivos con los negativos, el saldo final se inclina notoriamente hacia la calidad de una película de formato realmente impecable –recordemos, premio a la mejor fotografía de Tote Trenas en la muestra malagueña...- e intérpretes convincientes, tanto Ana Risueño, como un cada vez más encajado Daniel Freire, a quien vimos recientemente en “Lucía y el sexo” y cuyo aspecto es uno de los mejores en la producción nacional a la hora de interpretar a un lunático. Evidentemente, es cine de género, no sabemos si al nivel de calidad que nos tienen acostumbrados las producciones norteamericanas –algunas, todo sea dicho, con bastante menos imaginación que ésta que nos ocupa- pero desde luego, bien construida, articulada y vertebrada en su guión.