Tras la alucinante “El club de la lucha”, muchos esperábamos el nuevo trabajo de David Fincher, un auténtico visionario en el mundo de la publicidad, los videoclips, el cine y en general toda expresión audiovisual, no ya por su apabullante talento, sino también por lo arriesgado de dichas apuestas y su yuxtaposición con lo comercial. Y mal que nos pese -¡ay!- esa misma comercialidad es la que ha lastrado el claustrofóbico, viciado y oscuro universo que ha trazado en su nuevo film, centrado en una sola y exclusiva localización: una casa antigua; con un flojo guión flojo de David Koepp, Fincher se ha permitido el lujazo de jugar al gato y al ratón con una mujer y su hija y tres ladrones que entran en su residencia. Lo único que las separa de los intrusos es una habitación blindada con unos sistemas de seguridad prácticamente infranqueables.
Aunque el estiramiento y la permutación de elementos de esta sencilla ecuación argumental no tiene mucha capacidad, Fincher logra crear un producto que realmente utiliza bien el suspense para mantener la tensión durante todo el metraje. El complejo diseño de los cinco personajes principales –es decir, de la mujer y su hija enfrentadas a los tres chorizos- consigue turbarnos y sorprendernos casi a cada plano, logrando una sensación permanente de zozobra en el espectador. Podríamos decir que si lo que Fincher buscaba hacer era mantener un suspense y una tensión rayana en la paranoia, lo ha logrado.
Pero ahora bien, esa “comercialidad” de la que antes hablamos le ha hecho ser más pedante y ampuloso que nunca, realizando una serie de planos imposibles –situados algunos en el interior del filamento de una linterna!!!- tan bonitos como inútiles para la historia: si bien en anteriores trabajos como “Seven” o “The Game” dichos “juegos visuales” tan llamativos cumplían una función, ahora son completa y absolutamente fortuitos e inútiles la mayoría de las veces, intentando demostrar exclusiva y cansinamente el ya sobradamente probado talento e imaginación de este director.
Un nivel de lectura algo más profundo –y quizás, inconsciente por el propio guionista...- marca una parábola cruel sobre la familia y su resquebrajamiento tras una separación. En cuanto a la interpretación, nos quedaremos con la incógnita de si Nicole Kidman –con la experiencia previa de chillar y aterrorizarse en “Los otros”, aunque ya lo hizo en “Calma total”- lo hubiera hecho mejor que una excelente Jodie Foster, que contiene las claves justas de fragilidad y dureza para enfrentarse a los tres desastrados cacos que asedian incansablemente a la madre y a la hija, encerradas en “la habitación del pánico”. Funcionalmente hablando, Fincher ha logrado hacernos entrar en un complejo laberinto visual donde la cacería se establece desde el principio de la cinta, y llega a niveles insospechados, pero a nivel visual... nos ha empachado, decididamente.