Uno de los mayores “best-seller” de la literatura anglosajona de “evasión” -por utilizar un eufemismo- ha sido “El diario de Bridget Jones”, donde se planteaba la crisis existencial de una mujer que acaba de pasar los treinta años y que ve cómo ninguna de sus ilusiones de adolescente -una familia, un novio perfecto al que amar, etc.- están presentes en su gris y anodina vida. Una vida que la lleva a estar deprimida por los kilos de más, el exceso de alcohol y cigarrillos y un trabajo que la tiene amargada.

Si hace unos años el también británico Tom Sharpe logró reivindicar una pequeña parcela de felicidad para su maltrecho protagonista -Henry Wilt, un amargado profesor, mal casado y peor remunerado- ahora Helen Fielding ha dado la vuelta a la tortilla, enfocando todos los tópicos del feminismo de los años setenta, actualizándolos con lucidez y agudeza en la época actual. La traslación cinematográfica no ha podido ser más chispeante y divertida, alcanzando la directora -amiga personal de la escritora, que también ha sido productora del film- un ritmo realmente endiablado, utilizando una serie de recursos audiovisuales que, aunque en principio pudieran resultar más literarios que otra cosa -como la voz en “off”-, a la postre funcionan a la perfección, enriqueciendo el hilarante discurso.

Otro de los elementos fundamentales a la hora de enjuiciar el film es la interpretación: además del esfuerzo que la preciosa Renée Zellweger ha realizado para “encajar” en el personaje de Bridget Jones -engordando casi 20 kilos, y adquiriendo una cara porcina similar a la que describe la autora en sus libros-, hay que destacar el papel de Hugh Grant, tan despreciable como siempre, y del inexpresivo Colin Firth, que por una vez, compone un papel menos aborrecible de lo habitual en su trayectoria artística.

A pesar de su vocación claramente contemporánea y rompedora, el film tiene mucho de “revival” nostálgico de los ochenta y primeros años noventa, el lugar en el que la protagonista sueña, esperando recuperar las ilusiones y esperanzas de entonces mientras devora un enorme bote de helado de cinco litros y mira la televisión, engordando inexorablemente. Aunque sean tópicos, la película consigue fustigarlos, actualizarlos y ridiculizarlos inteligentemente, consiguiendo un excelente resultado de comedia.