Ficha película

Título:
El sastre de Panamá
Director:
John Boorman
Intérpretes:
Pierce Brosnan, Geoffrey Rush, Jamie Lee Curtis, Catherine McCormack, Brendan Gleeson, Leonor Varela
Calificación:
Crítica

Uno de los escritores que mejor ha tratado el mundo del espionaje, ha sido John LeCarré: quitando todos los elementos superfluos y tópicos que el mundo entero piensa cuando se habla de “agentes secretos” -que ni tienen cochazos, ni manejan sofisticados aparatos, ni nada de nada, sino que más bien son escépticos y amargados funcionarios que lo único que buscan en una jubilación satisfactoria-, este autor ha trazado un mundo realmente sórdido, donde los más mezquinos y banales intereses humanos están por encima de cualquier atisbo de bondad o grandeza. Es la filosofía del “sálvese quien pueda” la que está presente en su obra, y por ende, en este film que tan de cerca sigue sus planteamientos.

Un espía británico -para más paradoja, el mismo actor que interpreta al sempiterno James Bond, Pierce Brosnan- quemado por la burocracia y por sus propias pasiones, llega a Panamá. Ante la poco halagüeña perspectiva de permanecer en aquel remoto paraje sin sacar provecho de nada, decide hostigar a un pusilánime sastre, que parece ser mucho más de lo que dice. Para salvar su reputación, su vida y saldar de camino sus propias deudas, el gris pero imaginativo modisto comenzará a confesar una supuesta trama internacional para arrebatar el control del Canal de Panamá a los norteamericanos y cederlo a otra superpotencia mundial. A partir de entonces, y convertido en una especie de “Sherezade” del espionaje, logrando prolongar sus confidencias, dia a día, las cosas empezarán a salirse de madre, ante la inminente y pretendida conspiración mundial.

Perfilado con una factura impecable por un brillante artesano como Boorman -que nos ha regalado cintas tan exquisitas como “Excalibur” o “La selva esmeralda”- el problema es que la parsimonia que la historia requiere se torna excesivamente lenta, lastrando en demasía el segundo acto del film, que llega a volverse francamente soporífero. Lo mejor de la cinta -amén del planteamiento- es el memorable duelo entre Geoffrey Rush, siempre excelente, y un mordazmente cínico Pierce Brosnan, que da una vuelta a la tuerca en su registro de agente secreto: es como si a 007 se le hubiera agotado la conciencia. El film tiene hallazgos interesantes, y su parábola sobre el poder, la necesidad y la búsqueda de la felicidad, es tan aguda como brillante. Lástima que la adaptación literaria no esté tan conseguida como en otras cintas basadas en la obra de LeCarré, y que tuviera más ritmo y empuje.


Federico Casado Reina



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