Uno no tiene por menos que sentirse apabullado ante este desembarco del más puro “star-system” de Hollywood, en una película que bebe directamente de la mejor tradición del cine de timos y estafas. Lejos de la austeridad formal de David Mamet –y su inolvidable y genial “Casa de Juegos”-, Soderbergh ha apostado por una película muy cómplice y directa heredera de toda la nostálgica factura de los setenta –algo que, por cierto, ya han hecho muchos directores supuestamente “novedosos” como Quentin Tarantino, sin ir más lejos-.
Cuando George Roy Hill unió a las dos figuras más carismáticas del momento, Paul Newman y Robert Redford, para hacer un film en la tradición de la pillería más entrañable del cine norteamericano, sin saberlo estaba inventando un nuevo subgénero que además de ser muy atractivo para el espectador, también articulaba un guión que llegaba a engañarle. Hemos visto muchas otras cintas igualmente elogiables en mayor o menor medida, desde “Rounders” hasta “The Grifters”, sin olvidar la última e interesantísima aportación argentina con “Nueve Reinas”. Pues como si de una batidora se tratase, el genial Soderbergh –que no contento con dirigir el film e implicar a casi todos su amigos actores en él, también ha hecho la fotografía y buena parte del montaje- ha mezclado sabiamente todos los ingredientes para obtener una cinta decididamente comercial, de estructura lineal y sin duda predecible para este género, pero igualmente atractiva y con un destello “autoral” francamente pulido: Danny Ocean es un ladrón profesional que tras salir de la cárcel, decide dar el “golpe” más espectacular de su vida, que además fastidiará al actual amante de su exmujer, un impasible empresario dueño de tres importantísimos casinos de Las Vegas.
Siendo un poco sinceros, si nos centramos propiamente en el argumento del film –esto es, el robo- podríamos sentirnos decepcionados. Pero no nos llamemos a engaño: lo verdaderamente importante de esta divertida y entretenidísima película es la memorable galería de los once personajes que perpetran el robo –desde un contorsionista oriental, hasta un carterista sacado del metro o un egregio timador convertido en magnate ruso- y sus relaciones, que están enmarcados en una narración tan ágil que no permite ni un segundo de distracción. No cabe la menor duda que el llamado “rat pack” de la primera versión de esta película –“La cuadrilla de los once”, con Frank Sinatra, Dean Martin y demás...- ha sido gloriosamente sustituido por otros mucho más carismáticos participantes, con los que acertar la monumental apuesta era prácticamente seguro, y que el artesano Lewis Milestone, que hizo lo que pudo en 1960, se ha visto ampliamente superado por un Soderbergh en estado de gracia, que ha sido capaz de conjugar razonablemente la comercialidad con un innegable marchamo de calidad.